jueves, 5 de enero de 2012

JABÓN Y VIDA

Debió ocurrir hace mucho tiempo, en los albores de la humanidad.

La tribu asaba unos trozos de carne en su hoguera, fuera de la cueva; las piezas se doraban bajo el calor de las brasas, la grasa derretida formaba surcos en el suelo y todos miraban ávidos el manjar que pronto saborearían.

Un trueno en el cielo, un resplandor, anunció que la tormenta se hallaba próxima. El sol estaba oculto entre las nubes y la brisa que soplaba se incrementó; otro trueno, esta vez muy cerca, indicó a la tribu que la tormenta se aproximaba, a la vez que empezaron a caer las primeras gotas.

La carne, ya dorada y crujiente, se retiró del fuego a toda prisa, las mujeres buscaron rápidamente a los niños que correteaban entre la hierba, y todos corrieron a refugiarse dentro de la cueva. Allí dieron cuenta del suculento festín que la caza del día anterior les había proporcionado.

Oscurecía y el fuego ardía en el interior , todos se reunieron en torno a él a contar historias, tejer cestos u ocuparse de otras labores. Algunos se arrebujaban ya entre sus pieles, acomodándose a pasar la noche.

Tana madrugó a la mañana siguiente; el sol lucía de nuevo y tenía que ir al río a lavar varias prendas de lana toscamente tejidas; salió adormecida de la cueva y tropezó con unas piedras, quedando tendida de bruces en el suelo; las prendas que llevaba entre los brazos fueron a caer directamente sobre las cenizas y la grasa solidificada de la hoguera de la tarde anterior, quedando pegadas a la ropa.

Una vez en el río, se arrodilló junto a una piedra y empezó a mojar y frotar la prenda más manchada..... Tana miró sorprendida: al frotar la prenda mojada , empezó a producirse un burbujeo blanco que manchó parte del agua; estaba desconcertada, pero siguió restregando hasta que la sustancia blanca desapareció completamente. Cuando volvió, tendió la ropa sobre los matorrales cerca de la cueva, como hacía siempre; por la tarde, su madre la felicitó por lo mucho que se había esforzado en lavar la ropa, y lo bien que había quedado.

Aquella noche, envuelta entre sus pieles de dormir, Tana reflexionó sobre lo que había ocurrido. La ceniza de la hoguera había manchado la ropa, pero luego ¿había contribuido a que quedara más limpia?.... era posible que aquella ceniza tuviera algo de especial; calló y siguió observando en las siguientes lunas.

Comprobó que la ceniza solo limpiaba cuando venía de un hoguera en la que se había asado carne; en secreto empezó a guardar esta ceniza primero, y después a guardar cenizas y robar grasa para mezclarlas, pero no funcionaba, hasta que comprendió que el calor era necesario; aprendió poco a poco, a base de ensayo y error, guardando celosamente y en secreto su descubrimiento.

Cuando, pasados los años, sus dos hijas fueron adultas, las reunió en un rincón de la cueva mientras todos dormían y les transmitió el secreto tan celosamente guardado.


Pudo ser así o de otra forma, quizá en varios lugares, quizá en distintas épocas, los hombres descubrieron el secreto del jabón. Así es como yo me lo he imaginado, desde el amor y la reverencia que siento por este arte.

La historia escrita y la leyenda también nos aportan otros datos. La primera referencia histórica del jabón aparece en las tablas de Lagas, en Sumeria ( 2.500 antes de nuestra era ), se describe con todo detalle el proceso de fabricación del jabón, llegando incluso a precisar las cantidades de aceite y cenizas de madera . También los egipcios usaban aceites y grasas animales para fabricar jabón, y los romanos contaban una leyenda que afirmaba que los esclavos descubrieron que en las proximidades del monte Sapo sus ropas quedaban más limpias. En dicho lugar se sacrificaban animales y se encendían fuegos ceremoniales, con lo cual ambos elementos se pudieron mezclar accidentalmente y producir jabón.
Pero parece ser, leyendas aparte, que fueron los fenicios quienes introdujeron el uso del jabón entre griegos y romanos (en torno al 600 antes de nuestra era ). En el siglo II de nuestra era, Galeno aseguraba del jabón no solo que era capaz de curar, sino de limpiar la suciedad del cuerpo y de la ropa .

Yo no sé si el jabón cura el cuerpo, no me atrevería a decir tanto, sé que cuida y mejora la piel, limpiándola de suciedad y acondicionándola con los aceites que contiene; cuando nos lavamos, no solo retiramos la suciedad de nuestra piel, sino también el manto ácido que la protege; a cambio, un buen jabón procurará la protección necesaria hasta que la piel recupere su equilibrio.

No sé si el jabón cura el cuerpo, pero sé que si puede curar el alma a través de este, si creo que puede ser ese mimo que necesitamos, ese aroma que nos haga relajarnos o revitalizarnos, ese momento de quietud que nos aleje de las prisas y de este mundo contaminado.

Creo también que en la memoria de nuestras células llevamos el recuerdo de su secreto y su maravilla, que todos, en alguna vida, hemos sido jaboneros y lo más profundo de nuestro ser recuperará esa memoria a poco que le ayudemos.

También creo que somos dioses, y, como tales, damos parte de nuestro espíritu, nuestro soplo divino, a las cosas que hacemos con las manos, con el corazón y con el alma.

En una de las primeras entrada de este blog, me recordaba de niña dando vueltas al jabón con una caña; ahora me pregunto cuantas veces y en cuantas vidas habré hecho eso mismo. Aunque eso no es lo importante, sino el seguir haciéndolo, el recuperar una tradición hermosa y milenaria, por nuestra salud y la de nuestros descendientes, porque el hombre tenga un futuro sobre la tierra y porque no podemos dejar que nos sigan envenenando con detergentes y potingues industriales, fabricados no para nuestro bienestar, sino tan solo para que unos pocos ricos sean más ricos, y la tierra muera un poco más.

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